En el corazón de Oviedo, donde las calles susurran historias, se encuentra la Plaza del Paraguas, un espacio rebosante de vida desde el siglo XIII. En aquel entonces, la Iglesia de San Isidoro, predecesora de la Catedral, se erguía como epicentro de la actividad urbana. Sus muros, testigos de innumerables encuentros y celebraciones, albergaban el pulso de la ciudad.
Con el paso del tiempo, la Iglesia de San Isidoro trocó su vocación religiosa por la mundana, transformándose en una tahona que alimentaba a los ovetenses. Sin embargo, el destino tenía otros planes. En 1923, la iglesia fue demolida, dejando un vacío en el corazón de la plaza. No obstante, un elemento invaluable se salvó: su portada, trasladada piedra a piedra al campo de San Francisco, donde aún hoy perdura como un vestigio del pasado.
En 1929, la plaza experimentó un nuevo capítulo. El ingeniero municipal Ildefonso Sánchez del Río, ideó una solución ingeniosa a las inclemencias del tiempo que sufrían las lecheras que acudían a vender sus productos: un majestuoso paraguas de hormigón armado. Este singular techo, símbolo de protección y hospitalidad, se convirtió en el nuevo emblema de la plaza.
Desde entonces, la Plaza del Paraguas ha sido un punto de encuentro para generaciones de ovetenses. Bajo la sombra protectora de su paraguas, se han tejido historias de amor, amistad y convivencia. Su nombre, un recordatorio constante de la solución creativa que le dio origen, resuena como un himno a la capacidad humana de transformar desafíos en oportunidades..
Hoy en día, la Plaza del Paraguas sigue siendo un lugar vibrante, un oasis urbano donde confluyen pasado, presente y futuro. Su historia, narrada en cada piedra y cada rincón, invita a reflexionar sobre la capacidad de los espacios públicos para evolucionar y adaptarse, conservando siempre su esencia como punto de encuentro y símbolo de la identidad de una comunidad.